No sé





No sé en qué momento va a parar esto, pero ya no tengo que esperar nada.

Me lancé del piso 237 del edificio más alto del centro del corazón del país, y ya no sé nada.

Me enamore del viento de velocidad vertiginosa, la sangre se me enrojeció de regocijo y llene las copas para brindar por los desiertos inundados.

La velocidad de la caída me arrebato las astillas que me sobresalían, el cuerpo se me fundió con el todo y se me perdió el nombre.

Me convertí en gato, me convertí en pájaro, me convertí en árbol de madera roja, me tragué un rio de miel de flores azules y se me rellenó el pensamiento agujereado.

Camine descalza la arena de la conciencia, escuché el poema que ocultan tus ojos y te vi abrirte flor desnuda.

Lloré todas mis muertes, le prendí fuego al tiempo y le hice surcos a la sangre estancada de los sangrantes.

Me acorde de la canción que me cantaste cuando eras leopardo y me olvide del dolor de no entender.

Recibí en mis manos el hijo de mi hermana, seguí el riachuelo del olor de mi tierra húmeda, y me encontré mi manantial de bosques enraizado.

Vi desbaratarse el edificio al estrellarse contra el mundo y me zafé de los ganchitos que cuelgan.

Y grité y lloré hasta que mudé toda mi piel y con las tijeras corte los cables y mis cabellos también.

Ya no tuve que decirte que te amaba porque ya lo sabías, llene con mi desnudez las ausencias que dejo el miedo y huí con una manada de lobos a aullarle a la Luna.

Abrasé mis lagrimas, mis rizas, mi corazón, se me olvidaron todas las letras que había leído, se me destaparon mis huequitos de la nariz tapados y me di cuenta de mi cuerpo al vacio, de mi redondez, del fondo de la caverna, del color de las flores, de la firmeza del árbol, de la velocidad del leopardo, de las alas de los pájaros, del olor de los sentimientos, de mi sangre y de mi tierra, de la redondez de mis caderas, del sonido de la lluvia, de tu sonrisa refrescante, de tu mirada desnuda, de nuestra forma humana.


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